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Deconstruirse y desaprender

Por: Martha Lizet Figueroa.

En los últimos años se han popularizado las palabras deconstrucción y desaprender. El término deconstrucción existe desde el siglo pasado prácticamente con el mismo significado que se le ha atribuido en tiempos recientes: el de desmantelar las ideas propias aprendidas y repetidas por medio de un proceso de cuestionamiento y puesta a prueba. La mayoría de nosotros tendemos a creernos dueños de la verdad, conocedores de lo que es normal y de lo que debe hacerse, muchas veces sin preocuparnos de la variabilidad de las circunstancias de vida de propios y extraños. De una manera ignorante e inconsciente sentimos que todos absolutamente deben responder a la misma serie de creencias religiosas, por ejemplo. Aún en la era de la información, se piensa que lo que está frente a nosotros visto con una perspectiva particular y sesgada por ideas adquiridas sin cuestionarlas es todo lo que existe. Las personas diferentes han existido desde siempre, pero en los últimos años se comenzó un proceso de normalización de las personas que no cumplen con la norma establecida mayoritariamente por la religión. Las personas diferentes aún llevan el estigma de su propia naturaleza, pero cada vez es más común que se atrevan a vivir en público, pues ahora son más las personas que se han propuesto cuestionarse lo que creen y sienten acerca de las minorías y grupos en desventaja.

Los miembros de la comunidad LGTBQ, las mujeres y las personas no blancas siguen siendo objeto de discriminación y aún están sujetas a que sus derechos se vean puestos en tela de juicio, vejados por grupos que han estado en ventaja por siglos. Estoy segura de que, al ser parte de uno de estos grupos, como en mi caso, es más fácil empatizar con otros, pues se conoce el sufrimiento por ser quien has sido desde que naciste. Es por eso que las mujeres empatizamos más fácilmente con los hombres gays, por ejemplo, pues conocemos los castigos que la sociedad patriarcal inflige a la femineidad. En un mundo ideal, vivir las desventajas de las otredades no debería ser necesario para empatizar con ellas y sentir la necesidad de luchar a su lado.

Trasladándome a un terreno más conocido, puedo decir que nadie nace siendo feminista. Desaprender los esquemas mentales que dictan nuestras relaciones y desenvolvimiento como mujeres es un camino largo y difícil, pues como todo proceso de deconstrucción es necesario cuestionarse todo lo aprendido de nuestros padres, familiares y de la cultura en sí. ¿Qué significa ser mujer para los demás y para mí, y qué merezco por serlo? La respuesta a este tipo de preguntas -no solo las relacionadas al feminismo, si no a otras causas sociales- puede venir de personas que muy probablemente sepan más que nosotros y que quizá no compartan muchos de nuestros principios. Uno debería informarse de diversas posturas, idealmente de aquellas que tienen como base argumentos seculares o laicos, en especial en temas como la legalización del aborto o el transgenerismo. Es necesario cuestionarse, ¿hasta dónde llega la jurisdicción de mis creencias y cómo estas dañan a otros que no me dañan a mí? Para esto es necesaria una disposición increíble a aprender y a aceptar que, muchas veces, es necesario desmantelar todo lo que creemos para volver a armarlo desde la empatía y la bondad.